Crónica. «Le canto a mi tierra querida…»
Luis Enrique Martínez Rumbo Nuevo Otro fin de semana negro. Dos días de pánico. Horas de julio inquietantes. Rumbos desorientados, escabrosos y sinuosos donde el enemigo a vencer es uno mismo. No el vecino, ni la almohada. Un verano caliente, retador, agobiante, adelantando una canícula sin par. ¿Cuándo terminará la pesadilla? Todos los días, desde […]
13 de julio de 2020

Luis Enrique Martínez
Rumbo Nuevo
Otro fin de semana negro. Dos días de pánico. Horas de julio inquietantes. Rumbos desorientados, escabrosos y sinuosos donde el enemigo a vencer es uno mismo. No el vecino, ni la almohada. Un verano caliente, retador, agobiante, adelantando una canícula sin par. ¿Cuándo terminará la pesadilla?

Todos los días, desde antes de que se declarara la pandemia del coronavirus, decenas de personas permanecen en los arriates o en los comercios ubicados frente a los hospitales de El Niño y La Mujer. Juntos, hombres y mujeres, conversan embozados. Esperando noticias del familiar enfermo, acurrucados a la intemperie, a la sombra de la noche como el día, también quemante.

Una guardia de seguridad pública los vigila a distancia. Abajo, rumbo al parque de Atasta de Serra, las puertas del panteón están abiertas. Mudas las campanas del templo católico de San Sebastián, dejan al viento llevar los chillidos del parque vehicular circulando como si 2020 fuera como 2019, si de congestionamiento vial se tratara.

Sábado y domingo, al parecer infumables. Noches oscuras, sin noctámbulos. Días soleados, con peatones de aquí y de allá sin arriar banderas a la movilidad. Y todos a una sola voz preguntado en sus adentros: ¿Quién sigue?

Esta ciudad tiene otro vestido. No es el mismo de aquellos días de convivencia bullanguera. Cada día pierde el sabor del mercado de Villahermosa. Simplemente es un retrato fiel de zozobra. Incertidumbre. Una visión panóptica desde cualquier lado. Lo horizontal de la pandemia iguala colores y humores. Nadie se salva.

Son las plazas públicas un recuerdo del pasado que no se quiere ir. Como el río Grijalva y la Laguna de Las Ilusiones, o las Blancas Mariposas que se resisten a morir; que enfrentan a la humanidad con la fuerza de la naturaleza natural como una llama de esperanza sin apagarse. «Le canto a mi tierra querida…»

Con el cubrebocas como patente de corzo a la vida, en la calle todos son enemigos. Escudriñan los ojos al de enfrente, al usuario de la combi o del taxi; al comerciante, al taquero, a la cajera, al repartidor de comida, al viene viene, al vendedor de agua, al recolector de basura, a, a, a…¿quién trae el coronavirus?

Dos días numerados de manera progresiva por el calendario gregoriano: sábado11, domingo 12. Amanece como oscurece. Todo cambia para seguir igual o tal vez con más pesadumbre. En esta enfermedad ¿habrá cuenta regresiva?

En las últimas 48 horas, las culpas se reparten sin ventilador encendido. Se revisa el obituario, diariamente. ¿Y el epitafio? Lo último que muere es la esperanza.

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