Crónica. Las consecuencias
Luis Enrique Martínez Rumbo Nuevo De la ranchería Ixtacomitán a las colonias populares de Villahermosa llega la noticia: la trasnacional embotelladora de gaseosa disminuye sus ventas a consecuencia del #Quedateentucasa promovido por las autoridades civiles ante la epidemia del coronavirus. Graciela, joven emprendedora madre soltera, suelta la versión cuando uno de sus clientes frecuentes solicita […]
18 de abril de 2020

Luis Enrique Martínez
Rumbo Nuevo
De la ranchería Ixtacomitán a las colonias populares de Villahermosa llega la noticia: la trasnacional embotelladora de gaseosa disminuye sus ventas a consecuencia del #Quedateentucasa promovido por las autoridades civiles ante la epidemia del coronavirus.
Graciela, joven emprendedora madre soltera, suelta la versión cuando uno de sus clientes frecuentes solicita el afamado y condenado refresco de cola: «Te lo debo, no me han surtido porque no hay distribuidores…»
Tabasco ocupa el cuarto lugar en los indicadores de obesidad en el país. Una estadística desfavorable que impacta en la salud pública y, en consecuencia, en el erario. Según estudios médicos especializados, una de las causas, o quizás la principal, del desarrollo de tal fenómeno es el alto consumo de gaseosas incluida en el cuadro básico de la alimentación de la población de cualquier estrato social.
Con el desplazamiento del pozol —la bebida ancestral de los habitantes del trópico húmedo mexicano— y todas las aguas de frutas naturales, por el refresco de cola se cumple la leyenda urbana según la cual un mercadólogo de la trasnacional arribó a la capital de Tabasco en la década de los sesentas con sólo un objetivo: instalar un puesto de la empresa en cada esquina y pueblos del estado.
De alcanzar ese propósito, los altos mandos de la empresa promoverían el traslado inmediato de su empleado a Brasil. Y el ingeniero, cuenta quienes lo cococieron de cerca, se ganó el premio porque «inundó a Tabasco de coca…»
Mucho de real tiene esa anécdota. No hay un espacio donde la presencia de esa bebida sea parte de la convivencia familiar o individual. Hasta en el rincón más apartado de la entidad la fiebre por ella está presente. No hay precio del producto que salario o jornal no pague. Es un jarabe convertido en medicina aunque al final, como las estadísticas no sólo de obesidad lo evidencian, sale más caro el remedio.
La gaseosa no es alimento pero deja ganancias. Olvídese las ventas de las macroplazas y voltee a ver a las casas de familia que empiezan vendiendo ese refresco a ver si es chicle y pega, y terminan habilitando la sala o estacionamiento como un puesto de antojitos o golosinas y demás productos chatarra. Ojo, estos son complementarios porque la ganancia, lo que permite aspirar a más, es la venga de la gaseosa.
Es el caso de Graciela. Madre de una pequeña de seis años, empezó vendiendo garrafones de agua;, luego, galletas, papas fritas y otros productos de este tipo que los padres de familia compran como desayuno de los pequeños que llevan a la escuela primaria o al preescolar. Un diciembre probó la venta de refrescos comprándolos en una macroplaza. Ganó. Sacó aguinaldo.
Más temprano que tarde, llamó a la distribuidora para no perder la ganancia en el pago de taxis. Ya es cliente frecuente, ya se amplió en el estacionamiento de la familia. Tiene ingresos propios y ya es amiga de los distribuidores que le cuentan todo. Uno de ellos fue el sapo. El que vía celular le pidió que lo esperará; que ya llegaría su turno para abastecerla de refrescos.
—Hermano, desde hace una semana no tengo nada…
—Aguantame porque nada más son 25 los camiones que están distribuyendo…
—¿Y eso por qué?
—Pues por el coronavirus la gente no quiere trabajar…

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