Crónica: El cambio climático
Luis Enrique Martínez Rumbo Nuevo Un viaje de paseo por Japón dejó una honda verdad en el ánimo de la señora Edith Sumohano: «Usar bolsas de plástico desaparecen del cielo de Villahermosa a los zopilotes…» Detrás del mostrador de la empresa familiar de la calle Iguala, contaba su experiencia en la visita que hiciera al […]
14 de octubre de 2019

Luis Enrique Martínez
Rumbo Nuevo
Un viaje de paseo por Japón dejó una honda verdad en el ánimo de la señora Edith Sumohano: «Usar bolsas de plástico desaparecen del cielo de Villahermosa a los zopilotes…»

Detrás del mostrador de la empresa familiar de la calle Iguala, contaba su experiencia en la visita que hiciera al imperio del sol naciente a inicios de la década de los ochentas del siglo pasado. Ese recorrido turístico por Tokio y otras ciudades, así como por el Parque Memorial de La Paz de Hiroshima, pueblo bombardeado al final de la segunda Guerra mundial, fue decisivo para entender descarnadamente los efectos del consumismo en la capital de Tabasco.

Con ese desastre y caos ambiental y al ecosistema nació lo que hoy tiene al borde de la desaparición a la humanidad: el cambio climático.

En este otoño caluruso, bochornoso y lluvioso, reluce toda la inmundicia consumista en arroyos, lagunas y, particularmente, en las aguas del río Grijalva. Cuando el afluente pasa por el paso de la Lanchita del Macuilís, cualquiera sobreentiende, o debe hacerlo, porqué el agua potable es achocolatada o porqué no el suministro del líquido vital es irregular.

Un decreto de los diputados asume la responsabilidad compartida: suspender en definitiva el uso de bolsas de plástico en cualquier compra venta de alimentos, bebidas y otros menesteres pero…tanto a las macro como los micromercados, dicho estamento les hace lo que el viento a Juárez.

Basta recorrer el basurero municipal para identificar la huella de la supina convivencia humana en las toneladas de bolsas de plástico y los desechos de unisel. A pesar de ello, y los trastornos que su presencia provoca en drenaje sanitario y pluvial donde hay, aún es común escuchar entre los organizadores de fiestas de amigos o familiares, la expresión valemadrista: «Bueno, ustedes pónganse de acuerdo que van a poner. A mí déjenme los desechables».

Se acerca el mes de los muertos. Rumbo a tal tradición, un consumidor puso el dedo en la llaga este domingo en el mercado provisional cuando observó con preocupación que el chile amashito como el pozol, frutas, verduras, carne, pescado, aves de corral y otros, además de la comida preparada para llevar, seguía la ruta de la ignorancia del comerciante: todo continúa envolviéndose en el manto del plástico.

«Si seguimos sin hacer caso, mañana vamos a dejar las hojas de plátano para envolver los tamales en plástico, a ver si nos va bien», bromeó, sarcástico, el marchante.

Una mirada al cielo, confirmó la frustrante realidad. Y también invocó aquella platica con la señora Edith Sumohano en aquellos tiempos cuando Villahermosa comenzaba a perder lo provinciano para convertirse en una ciudad caótica adormecida por la fetidez de toneladas de desechos que cada segundo arroja la sociedad de los dispositivos móviles sin razón: no hay las parvadas de chombos que a mediados del siglo pasado eran parte de las postales tabasqueñas.

Lo que este domingo apareció en el cielo otoñal eran grandes nubarrones que anunciaban lluvias, lluvias para no olvidar que los cárcamos son máquinas, máquinas que no pueden corregir lo que la humanidad se empeña en no corregir.

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