Bertha Ferrrer, guerrera de la cultura
(Entre libros de la FUL 2016)) A Bertha Ferrer, a tres años de su integración al infinito, aquí en la UJAT, entre libros, en una Feria Universitaria de Libros que ya es internacional, hay que recordarla luz y color, ayudante y mantenedora de los colores del trópico en su pintura; pero también mecena del arte […]
11 de noviembre de 2016

(Entre libros de la FUL 2016))
A Bertha Ferrer, a tres años de su integración al infinito, aquí en la UJAT, entre libros, en una Feria Universitaria de Libros que ya es internacional, hay que recordarla luz y color, ayudante y mantenedora de los colores del trópico en su pintura; pero también mecena del arte y protectora de la cultura.

Erwin Macario
Rumbo Nuevo
Por ahí, en el centro histórico de nuestra ciudad capital, todavía ríe y crea; mientras el edificio material, que fue sede de sus últimas manifestaciones de vida, agoniza por la incuria y la codicia. Ni el homenaje a otra mujer sencilla, doña Isabel Rullán, mantuvo viva a la Siempreviva, que sólo es eso en el recuerdo colectivo, en la memoria popular.

Con Bertha, como directora de la Casa Siempreviva, mantuvimos el asombro del quehacer cultural, ora en la palabra, ora en el manejo de los colores con la espátula y el pincel. No pocas veces transmitimos este asombro de viajero en esas tierras a muchos vedadas.

Vale la pena recordar esta tarde noche algo de lo mucho que por ella escribimos:
“Esta vez unas treinta pinturas llenan de color y luz las salas de exposición de la Casa Siempreviva, en muestra que fue inaugurada el jueves 26, en la noche, por la directora de ese recinto cultural, Bertha Ferrer.

“Paisaje y agua, es el nombre de la exposición que durará un mes.
Con unos 40 años pintando, Pedro Olán retrata el Tabasco que se niega a morir en el campo. Pincel y espátula crean, recrean la belleza de la flora tropical captada en los ojos viajeros, trabajadas en la mente y dejadas en la tela con los colores vivos del óleo.

“Así, como un golpe de asombro, entramos a una selva anegada, –un cuadro imaginario, –nos confiesa el autor, pero también posamos nuestro vuelo cansado en un macuilís, un guayacán, una mata de cacao —junto a un vistoso tucán— o bebemos la tarde en una jícara, que la mirada del pintor y sus manos de artista fijan en el lienzo.

“Una marina, toda luz, toda transparencia, es un bello contraste entre sus pinturas. Vio esa imagen, le gustó y la pintó. Excepción de una regla: pintar paisajes tabasqueños.

“Florescencia y fruto del marañón (óleo), tan difícil de encontrar, se admira en la sencilla–bella invitación girada por el Instituto Estatal de Cultura para esta muestra, junto al rojo fuego de una orquídea (lápiz y tinta) pintada por Miguel Ángel Margalli, del que supimos buscaba El Dorado vegetal, pintando orquídeas, en espera de hallarse, frente a frente, con su orquídea negra.

“Gente como Pedro Olán y Miguel Ángel Margalli, en la pintura, tuvieron en Bertha la mano abierta, de mecena, de impulsora. Pero también mucho debe la cultura tabasqueña a nuestra homenajeada a través de Theo, a quien ella liberó de la carga de la crítica dura en sus primeros textos; del bullying literario —dirían ahora— a que Teodosio García Ruiz fue sometido en los talleres en los que, creador innato, abrevó y compartió cultura. Sin Bertha, Theo hubiera abandonado el camino que, desde sus sombras físicas, llenó de luz.

A Bertha Ferrer, pues, no se le puede homenajear sola. Siempre con ella están los nombres de la cultura en Tabasco.

Otro amigo en y de la cultura, Jorge Priego Martínez, lo dice a la muerte de Bertha Ferrer:
“…supimos valorarla y quererla por todo lo que supo brindarnos: sus palabras francas, sus amenas charlas, su contagioso optimismo, no obstante los dolorosos trances que sufriera; pero, sobre todo, su amistad verdaderamente sincera por desinteresada, y su mano abierta y fraternal, siempre dispuesta a brindar la ayuda requerida”.

El mismo historiador, poeta y escritor, ha dicho: “Conocimos a Bertha a finales de los años sesenta del siglo pasado, cuando recién nos reintegramos a Tabasco, después de cinco años de ausencia. Ambos coincidimos como colaboradores de la revista “Cultura”, dirigida por nuestro mutuo amigo, Marco Antonio Valencia Cardoza. En la citada revista colaboraba mucha gente de pro, como el magnífico acuarelista, Dr. Miguel A. Gómez Ventura; los poetas Carlos Pellicer, José María Bastar Sasso y Agenor González Valencia; los abogados Carlos Dagdug Martínez y Genaro Payró; los jóvenes de entonces, Erwin Macario Rodríguez, José Ángel Ruiz Hernández y otros más que por el momento no recordamos. Bertha, junto con nuestra queridísima mamá, doña Gabriela Gutiérrez Lomasto y la inolvidable amiga Hilda del Rosario de Gómez, eran las tres damas que mes con mes, colaboraban con sus interesantísimos textos, junto a los caballeros antes mencionados, para hacer de “Cultura”, una revista fuera de serie en el ámbito estatal”.

Cada palabra en su recuerdo lleva, pues, la presencia (y así se llamó su obra periodística, su revista) de otra gente de la cultura tabasqueña que en ella tuvieron el efecto y la sonrisa sincera de una mujer que en la creación de la cultura, en el mecenazgo, en el amor a lo humano y lo divino halló el bálsamo al dolor que, permanente la golpeó.

Guerrera, llaman a otras mujeres con menos agallas que Bertha.

Guerrera, guerrillera, podemos recordarla, en días como estos en los que una feria de libros es un remanso, una ínsula en medio de la violencia, la incultura y la crisis de valores.

Bertha Ferrer fue una guerrera de la cultura. Y así debemos recordarla.

*Texto leído el 9 de noviembre 2016, en el homenaje de la Feria Universitaria del Libro, de UJAT)

Compartir: