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ALASKA.
Por Ferdusi Bastar Mérito Alaska es un inmenso territorio de 1,717.000 kilómetros cuadrados, casi la actual extensión de nuestro México. Está habitado originalmente por tribus esquimales, y su nombre proviene de una de estas tribus que habitan las islas aleutianas, y quiere decir: “tierra grande, o el objeto contra el que se dirige la acción […]
4 de noviembre de 2015

Por Ferdusi Bastar Mérito

Alaska es un inmenso territorio de 1,717.000 kilómetros cuadrados, casi la actual extensión de nuestro México. Está habitado originalmente por tribus esquimales, y su nombre proviene de una de estas tribus que habitan las islas aleutianas, y quiere decir: “tierra grande, o el objeto contra el que se dirige la acción del mar”.
Siendo aún un territorio muy despoblado, solamente 0.4 habitantes por kilómetro cuadrado, la población es predominantemente norteamericana y de habla inglesa y solo un 5%, unos 35.000 habitantes, hablan lenguas indígenas. Sin embargo, están declarados idiomas oficiales las 20 lenguas indígenas que hablan estas minúsculas minorías. Igualito que en México, verdad?, donde 67 idiomas indígenas, hablados por más de 10 millones de personas, luchan por sobrevivir, y muchas de ellas ya son lenguas muertas.
En un principio los rusos se establecieron en la isla de Kodiak, al sur de las Aleutianas, y se dedicaron a la explotación de pieles, pero posteriormente, expediciones salidas de la Nueva España, ocuparon tierra firme continental y establecieron diversas poblaciones, entre las que prevalecen los ahora importantes puertos de Valdez y Córdova. Expediciones salidas posteriormente fueron a expulsar a los rusos que pretendían invadir tierra firme de Alaska.
El inmenso territorio del “oregón” que partía de la Alta California hasta Alaska, era parte del virreinato de la Nueva España, pero Luis de Onis, para ser reconocido como embajador del tristemente recordado Fernando VII, ante Estados Unidos, firmó en 1919 el Tratado de Límites Adams-Onis, entre los dos países, reduciendo los límites del virreinato a la Alta California. De esta forma, el “oregón” se lo dividieron Estados Unidos y Gran Bretaña, y ambas naciones se extendieron hasta el Pacífico gracias a este mal español, tratado que fue ratificado por ambas partes hasta el 22 de febrero de 1822, días antes de la independencia de México. Este mismo tratado de límites fue firmado por el México ya independiente y Estados Unidos en 1827, y ratificado por el senado norteamericano en 1832, pero como ha sido su costumbre, muy pronto deshonrarían su firma al iniciar el conflicto de Texas en 1836, que desencadenó la guerra de despojo contra México.
Desligada de México, los rusos ampliaron su ocupación a la isla de Silka, más al sur,
y finalmente, tras su fracaso en la Guerra de Crimea, y no deseando que Alaska pasara
a manos de Inglaterra, Rusia cedió a la negociación con Estados Unidos y vendió en 1867 esta inmensa comarca en 7.2 millones de dólares. En 1959 Alaska pasó a ser el estado número 49 de la Unión Americana.
Hace más de 10 años recorrimos buena parte de Alaska. Su capital Juneau, rodeada de montañas, a la que curiosamente no llega ninguna carretera, solo se arriba por mar o aire, los enormes glaciares cubriendo gigantescas cuencas de hielo, nieve cristalizada, camino al mar, donde es un espectáculo ver como se despeñan los gigantescos bloques de hielo: su principal población Anchorage, el parque nacional Denali con su flora y fauna únicas, y el pico MacKinley, con sus 6,l68 metros, el más alto de de Norteamérica. Disfrutamos Fairbanks, con sus raudales de la fiebre del oro, navegamos en grandes barcos de rueda y visitamos aldeas indígenas con sus trineos de perros, para finalmente llegar a Barrow, la ciudad más septentrional del continente americano, a orillas del ártico, prácticamente frente al polo.
Allí nos recibió en el aeropuerto y nos atendió una magistrada norteamericana, con la que convivimos los tres días de nuestra corta estancia, en que comíamos en un restaurante mexicano, adornado con piñatas y en donde tomábamos refrescos “jarritos”.
En Barrow, un pequeño pueblo de 4,000 habitantes, vimos un mar parcialmente congelado y aún cuando caminamos por la costa, no pudimos divisar ningún oso polar, animal por demás peligroso, pues a diferencia de otras razas herbívoras a las que el humano se puede acercar a una prudente distancia, para el oso blanco todo lo que se mueve es comida, y puede correr a una velocidad de más de 50 kilómetros por hora.
Barrow es el centro de la actividad petrolera en el ártico, de donde se extrae una creciente producción de crudo, que se transporta por un oleoducto gigantesco hasta Puerto Valdez, en el sur, de donde es embarcado a las refinerías.
El territorio de Alaska es prácticamente virgen, y extraordinariamente bello. Está altamente protegido. En tierra firme, no hay ninguna explotación petrolera: solamente se capta en el ártico y se embarca en el sur. Pero una de las enseñanzas que traje de este viaje, es que un gobernador de Alaska creó un fideicomiso al que aportan las compañías petroleras un fondo que permite pagar a cada habitante un dividendo de más de mil dólares anuales. De esta forma, una familia promedio de cuatro miembros,
los padres, un bebé y un niño, como una que conocimos, recibe anualmente 5,000 dólares, el equivalente de unos 85,000 pesos anuales o 7.000 pesos mensuales, y repito, como dividendo. Igualito que en México, verdad?
Ojalá y nuestro gobernador Arturo Núñez Jiménez, hombre de indudable talento y basta experiencia, investigue la forma en que se constituyó y opera este fideicomiso, y trate de establecer una réplica en Tabasco, para que nuestros paisanos reciban al fin un beneficio y no sólo los daños que nos infringe la actividad petrolera.

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