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Entendamos la etapa de la vejez (tiempo estimado de lectura: 7 minutos) “Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena” Ingmar Bergman Elisabeth Casanova García afgha@hotmail.com Jorge Quiroz Valiente 917 1067165 Colaboración especial de Jorge Quiroz Casanova A […]
22 de enero de 2023

Entendamos la etapa de la vejez (tiempo estimado de lectura: 7 minutos)

“Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena”
Ingmar Bergman

Elisabeth Casanova García
afgha@hotmail.com
Jorge Quiroz Valiente
917 1067165
Colaboración especial de Jorge Quiroz Casanova
A pesar de la complejidad de diferenciar a lo vivo de lo no vivo, la comunidad científica ha llegado a un acuerdo en el que todo aquello que se pueda considerar vida cumple con características y funciones específicas; una de ellas es que crece, se desarrolla y muere. Sin embargo, en los organismos más evolucionados, se puede considerar al envejecimiento como parte de su ciclo. Dichos seres multicelulares están mayormente representados por los reinos animal y vegetal.

Desde un punto de vista biológico, el envejecimiento se define como el deterioro programado y regulado de alguna estructura viva como parte del fin de su desarrollo. En el caso de las plantas, la manera y momento en los que se lleva a cabo depende de la clasificación de la especie: sea anual, bienal o perenne. Esta categorización alude al tiempo que les lleva cumplir con su ciclo biológico de crecer, florecer, dejar semillas y morir. Como el nombre bien anuncia, las plantas anuales requieren del intervalo de un año, las bienales toman dos y, finalmente, las perennes más de dos años. Las plantas perennes, asimismo, tienen oportunidad de producir flores y, posteriormente, semillas más de una vez a lo largo de su vida, a diferencia de los otros dos tipos, que únicamente dejan una generación de semillas antes de morir. No obstante, cuando se dice que las plantas perennes viven más de dos años, puede surgir la pregunta: ¿qué tantos más?

Por mencionar alguna, existen especies de árboles como los pinos longevos (Pinus longaeva) que cuentan con ejemplares de más de 5,000 años de vida. Para ponerlo en perspectiva con la historia de la humanidad, todavía no se había inventado la escritura más básica, alrededor del 3,000 a.C., y estos pinos ya comenzaban a crecer. Aún hoy persisten debates sobre cómo es que determinados géneros de árboles llegan a ser tan longevos. Hay investigadores que dicen que son árboles cuya evolución y ambiente los ha llevado a no morir a menos que algún factor externo intervenga, y otros que se inclinan más por la postura de indicar que su estrategia de supervivencia se basa en un crecimiento lento y seguro a lo largo de períodos muy extensos, pero que desemboca en una senescencia. Sea como fuere, es complicado hacer suposiciones sobre si sí lleva a cabo un proceso de senescencia general o no; y sobre todo cuando las pruebas dependen de un tiempo que se mide en milenios. El espectro de la biodiversidad hace precipitada cualquier generalización, quizás estas especies no sigan patrones de decaimiento fisiológico-funcional como el resto.

Para que la senescencia ocurra oportunamente, las plantas se valen de dos fitohormonas, las cuales promueven e inhiben el proceso. En los árboles de larga vida probablemente persista una concentración de la hormona que le permita a la planta mantenerse en constante crecimiento y desarrollo. Ahora bien, el motivo por el cual la longevidad representa una ventaja evolutiva puede ser muy variado cuando se le da un enfoque ecológico. A diferencia de lo que postula la selección natural, la ventaja de vivir más no reside exclusivamente en la oportunidad de dejar más descendencia, sino que investigaciones recientes han encontrado que la formación de redes de colaboración entre árboles, son la base de su éxito reproductivo. Y particularmente, los árboles de mayor edad son aquellos que más aportan a estos sistemas de cooperación e interdependencia. Un tema que ha venido a revolucionar a la ecología es el de las micorrizas.

Las micorrizas se definen como una simbiosis entre un hongo y las raíces de una planta vascularizada. Esta relación aporta azúcares y otras biomoléculas al hongo a cambio de nutrientes a base de nitrógeno y fósforo a la planta. Además, el micelio de los hongos forma canales de comunicación entre árboles al unirse con distintos individuos, sean de la misma especie o no. Dichos canales fomentan el apoyo entre plantas, habiendo experimentos que comprueban que las plantas en situación más vulnerable, como aquellas con menos exposición a la luz solar, reciben azúcares de otros individuos circundantes para suplementar su nutrición. Y aquí es donde entra el papel destacable de los árboles longevos, pues con los años forman más y más vínculos con las plantas a su alrededor y se terminan volviendo un núcleo del ecosistema. Estos “árboles madre”, como se les ha bautizado, son pilares indispensables para la salud de los ecosistemas, y una posible teoría de por qué ciertos árboles evolucionaron para ser más longevos es que les permite alcanzar este nicho en su ambiente, cosa que favorece a su especie y su continuidad.

Ya para concluir, el envejecimiento de las plantas hace una tierna analogía del papel de la vejez en la sociedad. Lejos de volverse “obsoletas”, las plantas adquieren otra función con los años: cuidar a los demás. Son las plantas más viejas y más altas las que interconectan su alrededor, las que preservan el suelo y lo cuidan de la lluvia y de la luz directa, y todo para crear las condiciones más óptimas para su descendencia. Y este cambio de papel, por ser distinto, no las hace menos valiosas para su comunidad.

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