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La enzima de la vida eterna (tiempo estimado de lectura: 6 minutos) “Nada es permanente a excepción del cambio” Heráclito de Efeso Elisabeth Casanova García afgha@hotmail.com Jorge Quiroz Valiente 917 1067165 Participación especial de Jorge Quiroz Casanova En su búsqueda de la vida eterna, el ser humano ha encontrado los tratamientos del cáncer. Esta es […]
27 de noviembre de 2022

La enzima de la vida eterna (tiempo estimado de lectura: 6 minutos)
“Nada es permanente a excepción del cambio” Heráclito de Efeso

Elisabeth Casanova García
afgha@hotmail.com
Jorge Quiroz Valiente
917 1067165
Participación especial de Jorge Quiroz Casanova
En su búsqueda de la vida eterna, el ser humano ha encontrado los tratamientos del cáncer. Esta es una enfermedad tan peculiar y amplia que ha requerido de más investigación que muchas otras. Si a esto le sumamos que, según la OMS: “el cáncer es la principal causa de muerte en el mundo”, con cerca de 10 millones de defunciones tan solo en el 2020 (OMS, 2022), entonces se entiende mejor la atención que recibe este padecimiento.

Como breviario cultural, el cáncer consiste en un error en el organismo que provoca una cascada de reacciones adversas. Su definición más básica es una división incontrolada de las células. La gran mayoría de nuestras células, por naturaleza, están dividiéndose y muriendo constantemente, reemplazándose. Es su propio “ciclo celular”. Sin embargo, en las células cancerígenas algo sale mal con este ciclo y, por tanto, comienzan a replicarse rápida e innecesariamente. El excedente de células, que tiende a formar bultos o “tumores”, se convierte en un problema en el momento en el que obstruyen vías del cuerpo, como vasos sanguíneos, cuando interrumpen el funcionamiento de un órgano por el volumen que ocupan o, inclusive, cuando su demanda de nutrientes se vuelve tal que las células sanas se quedan desatendidas.

Entonces, ¿cómo detener estas células fuera de control? El organismo tiene sus propios mecanismos de defensa, pero, como quizás ya notamos, no siempre bastan. El principal problema con las células cancerígenas es que son, a final de cuentas, células de nuestro cuerpo. Tienen prácticamente la misma información que cualquier otra y muchas coincidencias estructurales con cualquier célula saludable. Cuando se tiene una infección, por ejemplo, es fácil atacar a las bacterias por lo distintas que son comparadas con las células humanas. Estas diferencias facilitan la tarea de crear medicamentos especializados que ataquen únicamente a las células de las que nos queremos deshacer sin comprometer a las del cuerpo. En el caso de las quimioterapias contra el cáncer, tienen, precisamente, el problema de que acaban con células cancerígenas a la par que con las sanas. Es como aplastar a una mosca con un martillo.

Es por este hecho que las innovaciones en la lucha contra el cáncer buscan esas diferencias entre células cancerígenas y no-cancerígenas para crear fármacos o terapias mucho más puntuales. Una de las más prometedoras, que deriva de la biotecnología, es la de la inhibición de las telomerasas.

En las células, la información se guarda en forma de ADN. Una sección específica de ADN representa un gen y estos se organizan en estructuras lineales llamadas cromosomas (largas tiras de ADN). Como es de suponerse, el contenido de los cromosomas es valioso para las células, pues ahí están todas sus “instrucciones”. Es por ello que la infinita generosidad de la evolución dotó a los cromosomas de una adaptación que les incrementa en estabilidad y protección: los telómeros. En cada división de las células, estas también tienen que duplicar su ADN. Durante estas divisiones, es común que los extremos de los cromosomas se vayan acortando. Si imaginamos que en dichos extremos del cromosoma hay un gen esencial para la célula, entonces estaríamos en problemas. Pero ahí entran los telómeros.

Los telómeros son secuencias de ADN al inicio y final de los cromosomas que se encargan de recibir los daños de la replicación. Parte de los telómeros se regenera por medio de unas enzimas llamadas telomerasas, que no son más que pequeñas maquinarias de la célula encargadas de reconstruir parte de los extremos de protección del cromosoma. Una parte de ellos, de cualquier forma, se pierde. Cuando ya son muy cortos los telómeros, las células reciben la señal de hacer apoptosis, que en lenguaje cotidiano podría llamarse un “suicidio” de la célula.

Llegados a este punto, podemos deducir que los telómeros y las telomerasas definen cuánto vivirá la célula. ¿Cómo se vincula esto con el cáncer del que tanto hablábamos? Pues las células cancerígenas tienen la particularidad de producir muchísimas telomerasas. Esto se traduce como mayor reconstrucción de telómeros y, por ende, mayor tiempo de vida sin importar cuánto se dividan. De ahí nace el problema: proliferan mucho y mueren poco.

¡Eureka! Una diferencia entre las células normales y las cancerígenas. Entonces, ¿si se inhiben las telomerasas excesivas de las células del cáncer se podría combatir a la enfermedad? Estás en todo lo correcto si pensaste que sí. Ya se están diseñando medicamentos como el Imetelstat que tienen este propósito. Menciona el Dr. Ayalew Tefferi, uno de los protagonistas de su diseño, que: “se observó que el imetelstat demostró actividad anti-clonal selectiva al inhibir el crecimiento de las células cancerosas” (MayoClinic, 2015). El mecanismo de acción es el que mencionábamos: si se apagan las telomerasas, con la división apresurada de las células cancerosas se dañarán rápido sus telómeros, sin regenerarse, y morirán. Este fármaco tiene todas las ventajas que se podrían pedir. Tiene efecto principalmente sobre las células cancerosas y el daño secundario es casi despreciable. La biotecnología, una vez más, nos acerca a la fuente de la vida eterna. O quizás a la enzima de la vida eterna.

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