Mascarriel
*Entre lo que AMLO sostiene y la gente decide creer… *”Eran tres eran tres, dos del MoReNa y un francés…” Mario Ibarra Y de los tres que eran quedaron dos… Bueno, eso es lo que resulta casi imperativo concluir. Luego de la tremenda catilinaria que le asestó el presidente López Obrador a Marcelo Ebrard en […]
1 de agosto de 2022

*Entre lo que AMLO sostiene y la gente decide creer…
*”Eran tres eran tres, dos del MoReNa y un francés…”

Mario Ibarra
Y de los tres que eran quedaron dos…
Bueno, eso es lo que resulta casi imperativo concluir.
Luego de la tremenda catilinaria que le asestó el presidente López Obrador a Marcelo Ebrard en su mañanera del martes, debe hacérsenos muy, pero muy dudoso que “el carnal Marcelo”, como diría Tintán, permanezca hoy en la carrera por la candidatura presidencial del MoReNa.
Para verdaderos expertos en la materia con los que hemos comentado el asunto (experimentados priístas y ex priístas -ex dirigentes del partido, exgobernadores, dos tabasqueños entre ellos, exsecretarios de Estado etc., hoy morenistas varios de ellos), la señal enviada en vivo y en directo por AMLO el pasado martes, no deja lugar a dudas.
El mensaje fue rotundo y contundente (“aplastante”, me dijo un exgobernador), como en aquella serie llamada “el rival más débil”… Y el mensaje fue: “Marcelo, estás fuera…”

LA CARRERA…
Y es que fue algo nunca antes visto.
Personalmente tengo bien registrados, con claridad, los destapes de Luis Echeverría, José López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Luis Donaldo Colosio (sustituido como candidato del PRI por Ernesto Zedillo luego de su asesinato) y de Francisco Labastida.
Nunca, ni de lejos, se vio una regañada pública tan fuerte a un aspirante, como la que les puso el presidente López Obrador a Ebrard y sus seguidores el martes pasado.
La historia es de sobra conocida y ampliamente comentada.
Dentro de la nada encubierta carrera por la candidatura presidencial del MoReNa entre Adán Augusto López Hernández, Claudia Sheinbaum y el propio Ebrard, el domingo anterior, en un evento de indudable proselitismo encabezado por la ebrardista Malú Micher, esta demandó a la dirigencia morenista de Mario Delgado, “que haya piso parejo” para todos los aspirantes a la hora de elegir a su candidato presidencial.
La Micher fue más lejos incluso: propuso que la consulta por venir repita las preguntas que contuvo la encuesta realizada en el 2012, en la cual López Obrador y Marcelo Ebrard quedaron prácticamente empatados, pero en la que este se hizo a un lado, dando paso a la candidatura presidencial de AMLO.
(No es que Marcelo haya echo derroche de magnanimidad: sucedió que de ninguna manera podría entrar en conflicto con el tabasqueño, so pena de ser borrado del mapa político morenista…)

“PISO PAREJO…”
La exigencia no es nueva; lo cierto es que viene siendo una especie de cantaleta de parte de Ricardo Monreal, de Ebrard y de sus respectivos partidarios desde que, hace un año, López Obrador sorprendiera a todo mundo dando la voz de arranque a la carrera de la sucesión presidencial, justamente a otro día de las elecciones federales intermedias.
Bien, lo de la enésima demanda de “piso parejo” de parte de los partidarios de Ebrard, tuvo lugar el pasado domingo 25 del recién extinto julio.
No tuvieron que esperar por la respuesta.
El miércoles 27, con Ebrard presente en el estrado, desde el supremo púlpito de la mañanera AMLO les contestó: “No hay dados cargados ni cartas marcadas”, sostuvo, añadiendo que el Presidente “no tiene candidata ni candidato”, rematando con dureza nunca vista: “cuando se habla de que no hay piso parejo es un menosprecio a la gente, porque ya nadie se deja manipular, que no se use eso como excusa…”
Ojo: en esta última frase “que no se use eso como excusa”, reside no sólo un juicio de valor, sino una (al parecer) irrevocable sentencia…

LA CATILINARIA…
Le digo: nunca se había visto una descalificación tan cortante, un regaño tan abrumador de un presidente de la república a un aspirante a sucederlo como el contemplado y escuchado el pasado miércoles.
Hay antecedentes, claro, pero de otra índole.
Durante el priato de los monarcas sexenales, cuando un presidente quería desbarrancar a un suspirante pasado de lanza si se le cogía en falso, soltaba un comentario críptico o hacia una alusión nebulosa y retórica en referencia a “los adelantados, a los impacientes, a los que anteponen sus ambiciones personales a los supremos intereses de la nación” o cualquier zangamanga parecida, y listo: el desdichado aspirante a tlatoani sexenal quedaba descartado.
Pero siempre hablando de manera elíptica, en lenguaje difuso y críptico, sin remitente especifico… aunque todos sabían a quien se estaba refiriendo.
Todo lo contrario a la catilinaria aplicada a Ebrard y sus seguidores, que fue directa y a la cabeza.
Ahora bien, la recuperación histórica no es gratuita.
Sabemos todos que la formación política e ideológica de AMLO se dio durante el priato.
Específicamente durante los sexenios de Luis Echeverría y José López Portillo.
Se hizo y creció como político bajo la égida el presidencialismo poderoso, imperativo y de autoridad incontestable de ese periodo terminal del priísmo fundado por Lázaro Cárdenas.
En la interpretación histórica de AMLO, todo se va al traste para el país con el advenimiento del neoliberalismo, al arribo de Miguel la Madrid a la presidencia en 1982.
Congruente con esa convicción, Obrador, junto con Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muño Ledo, Ifigenia Martínez, Rodolfo González Guevara y demás, abandona al PRI en 1988.
Luego de 30 años de lucha perseverante, voluntariosa e intransigente, conquista la Presidencia de la república.
Y se convierte en un presidente tan poderoso o más que sus antecesores priístas…

EL PROBLEMA…
Con AMLO cerrando Los Pinos e instalándose en Palacio Nacional, regresan algunos usos y costumbres del aquel presidencialismo opulento y vigoroso del régimen que lo formó políticamente. Lógico.
Su poder, su control, su fuerza acumulada son indiscutibles.
Azas de un liderazgo sólo comparable con el del Tata Lázaro.
Acostumbrado durante decenios a los presidentes fuertes, el mexicano los respeta, estima y admira, en contraste a su desdén por debiluchos como los Zedillo, los Fox, los Calderón, los Peña… Para este mexicano resulta natural creer, pensar, estar convencido de que el Presidente fuerte, AMLO en este caso, será el factor decisivo a la hora de elegir al candidato presidencial de su partido (su seguro sucesor, todo así lo indica).
Ese es el meollo de este asunto: el Presidente dice, reitera, sostiene que al candidato del MoReNa lo elegirá la gente -“el pueblo”- mediante encuestas.
El problema es que nadie se lo cree.
Ni la clase política, ni la comentocracia (de un bando y del otro), ni los funcionarios de la 4T, ni la clase empresarial, ni la academia ni la sociedad en su conjunto y… ¡ni los propios aspirantes!
Esto no es culpa de AMLO, claro está: es el fruto de la nuestra mentalidad, de nuestro imaginario colectivo, cultivados en los últimos 80 años de nuestra historia política.
De ahí que ante la inusitada e inédita reprimenda, en vivo y en directo a Marcelo Ebrard, todos, absolutamente todos sin excepción estemos pensando: “ni hablar, este cuate ya chupó faros, ya está fuera”.
Y que, en consecuencia, estemos convencidos de que ya tenemos sólo dos precandidatos presidenciales: Adán Augusto López Hernández y Claudia Sheinbaum.
Pero insistamos: esto no es culpa del Presidente, sino de nuestra mentalidad, de la forma en que hemos sido, como sociedad y como individuos, políticamente educados (es un decir).
Claro, con un proceso transparente, inmaculado, incuestionable y abierto en la elección del candidato, AMLO nos taparía la boca a todos…
“Nos engañó con la verdad” diríamos, como nos gusta decir cuando nos sorprende…

“Quien habla mucho algo esconde; quien calla con coherencia está convencido de algo”.
Sándor Márai.

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