Heberto Taracena Ruiz
La pandemia
no tiene horario,
días ni noches.
Ponerse en el lugar
de quienes velan
a los enfermos,
va más allá
de la imaginación.
Entender su probada
entrega
enfrenta
la desesperanza
por todas partes.
El enfermo,
aislado y atendido,
hecho una paradoja
que por segundos
vive la muerte;
si sobrevive…
a las emociones
faltarán palabras.
Si muere,
la sepultura apremia.
Médicos
y enfermeras
hacen
lo posible;
aplicando en sí
mayúsculo recurso
de Solidaridad.
A veces agobiados
por límites humanos.
Familiares fuerzan
saber,
de qué se trata
y cómo se trata
al pariente;
por momentos
queriendo
arrancar
información
que no puede haberla.
En ese triple ambiente
sienta sus reales
el Coronavirus.
Engendro natural
que llegará a la cima
cumplido su proceso
connatural.
Bien que la ciencia
no decaiga de brazos
a esperar…
Lamentable
que el enfermo
sea el primer
protagonista
de la tragedia.
Bien que entendamos
a familiares;
ello sin demeritar
a quienes,
desde cualquier espacio,
coordinados,
libran una defensa
agotadora y loable.
Cunduacán, Tab, a 29 de mayo de 2020