Luchador de unidad y dignidad  He llegado, por fin;/ pero estoy por el suelo. Ayudadme a ponerme de pie…llevadme donde el agua;/ dadme vuestro pañuelo;/ enseñadme un lugar de trigo joven/para echarme de pechos,/ y dejadme dormir mi primer día/ en vuestro día nuevo. José Pedroni/ Canto del compañero de ruta Erwin Macario erwinmacario@hotmail.com Amigo, […]
10 de septiembre de 2013

Luchador de unidad y dignidad
 He llegado, por fin;/ pero estoy
por el suelo. Ayudadme a ponerme
de pie…llevadme donde el agua;/
dadme vuestro pañuelo;/ enseñadme
un lugar de trigo joven/para echarme
de pechos,/ y dejadme dormir mi primer
día/ en vuestro día nuevo. José Pedroni/
Canto del compañero de ruta

Erwin Macario
erwinmacario@hotmail.com
Amigo, Jose Antonio Calcáneo, compañero de viaje, siempre adelante, que cargaste al peso de tu marcha nuestros pesos de lucha gremial, de unidad, de solidaridad y de respeto. Otra vez atraviesas tu noche después de haber dado al periodismo nacional los caminos del aire fresco de la dignidad, principalmente en el esfuerzo del que formaste parte con otros colegas para darle a los periodistas el reconocimiento que honra.

Ayer lunes, los otros ocho compañeros de la mesa “•Rodolfo González Maza”, que te vimos lleno de fortaleza en el oficio periodístico, pero más que nada en un impulsor de la unidad gremial, sentimos por primera vez tu ausencia física, pero, lo sabes, no dejaremos de agradecer toda tu lucha por nosotros.

Lo he dicho, y tú eres parte de ese triunfo, nada paga mejor a un periodista que el reconocimiento de sus compañeros, de los que escriben porque son periodistas y no presumen lo que otros le escriben.

Tú, José Antonio, eres una antítesis de aquellos que en este ejercicio de escribir son pavorreales de pluma y estilo prestados, seres anodinos, sin dignidad, basura que el viento de las debilidades humanas de otros eleva, pero que un día regresan al basurero de la historia.

Tú, amigo, sabes ahora mejor que nunca, sobre esa piara que invade los espacios de la prensa porque ser “periodistas” les da un plus o porque habiendo otros viejos oficios más redituables —como ya loo he escrito— ejercen su verdadera vocación desde la tinta y el papel.

Además de la unidad por la que luchaste desde todas las trincheras de la prensa, nos enorgullecemos de los premios que recibiste en vida y los que la memoria colectiva te depara a los largo de la historia, porque además de compañero a compañero recibimos ahora reconocimientos, medallas que no mancha el llanto de la otra sin valor, la queja de presuntas agresiones o la solidaridad de manada de los iguales en el cieno, como sabes que he escrito y ahora aprovecho recordar en tu nombre.

En ti, como en nadie, amigo Calca, vale otro pensamiento que conoces de mi pluma, que platicamos en nuestros viajes con el gremio, la vida de un periodista verdadero es árbol expuesto a tempestades. Sus raíces, acostumbradas a soportar tormentas, lo sostienen. Como el viento, el sol, la lluvia —que le acarician y dan vida—, son las preseas que acumula en el ejercicio de su profesión.

Colega: Las críticas, las censuras, —más cuando provienen de seres sin calidad— son como el estiércol que abona su fortaleza. Si tiene errores, están a la vista, no pueden ocultarse durante los años, y sobrevivirán a su muerte. Como permanecerá el legado de su pluma en las hemerotecas, en el libro, en la memoria colectiva.

Hoy lo digo en tu partida, amigo, compañero solidario. En verdad nos sorprendió tu noche. Con el poeta José Pedroni, en su “Canto del compañero de ruta”, pienso que tú podrías decirnos esa tarde de ayer lunes, de tu partida, unos minutos antes de sentarnos a esta mesa terrestre, que “Toda la noche contemple las luces/ de la ciudad sin miedo./ Está allí, junto a un río,/ donde el trigal se encuentra con el cielo./ Porque voy a alcanzarla y a perderla,/ quiero llegar con los primeros/. Lleno de ramas muertas está el árbol/ del mundo viejo.
Aquí nos quedamos un rato más amigo, tus compañeros de esta mesa, tus compañeros de ruta, de este viaje periodístico que es como una carrera en la que pasaremos la estafeta a otros que ya están o que vienen detrás de nuestros pasos.

Desde la mesa que creaste con González Maza y Ausencio Díaz, casi una fraternidad secreta, ciertamente discreta, te hemos de recordar todos los lunes más que otros días de cotidianidad periodística.

En lo particular, amigo, siempre compartiré contigo la satisfacción de premios que no esconden intenciones, no coptan, no seducen como el canto de las sirenas oficiales, no coartan la linbertad. El premio que siempre defendiste en lo que fue parte de tu vida en este oficio de hombres: La Federación de Asociaciones de Periodistas de la República Mexicana (Fapermex), en la que dejas, como en Tabasco, el dolor de tu partida.

Este viaje, tu viaje al silencio después de tu palabra cotidiana, nos sorprendió a todos. Ninguno pudo imaginarse el final. Y menos en lunes, minutos antes del abrazo de hermanos. Ninguno pudo librarte del fatal momento en que nos dejaste sin tu voz. Sabemos que esperaste que tu hijo, Diario de la Tarde, estuviera listo para el parto de todas las tardes. Y te fuiste. Adiós amigo. Mucho te debemos todos los de este oficio. Adiós colega universitario.

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