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13 de septiembre. Los héroes olvidados
Por Ferdusi Bastar Mérito Rumbo Nuevo La Batalla de Molino del Rey, al poniente de la ciudad de México, el 8 de septiembre de 1847, fue la más sangrienta de la guerra de intervención norteamericana con más de 1600 muertos de ambos mandos, mayormente del lado norteamericano, así de fieros pelearon nuestros soldados, al mando […]
13 de septiembre de 2019

Por Ferdusi Bastar Mérito
Rumbo Nuevo
La Batalla de Molino del Rey, al poniente de la ciudad de México, el 8 de septiembre de 1847, fue la más sangrienta de la guerra de intervención norteamericana con más de 1600 muertos de ambos mandos, mayormente del lado norteamericano, así de fieros pelearon nuestros soldados, al mando de tres generales sin ninguna coordinación, pues Santa Anna evadía el encuentro. Los campos quedaron bañados de sangre.

Las tropas mexicanas se batieron con gran fiereza, pero sin un mando coordinado, y a pesar de ello, hubo un momento en que casi tenían decidida la batalla y era el instante en que se había programado la entrada de una caballería de 2,700 hombres al mando del Gral. Juan Álvarez, reserva acantonada en la ex hacienda del Moral, que indudablemente llevarían a la victoria, pero inexplicablemente el Gral. Álvarez no se movió y la reserva a su mando permaneció al margen de la contienda, como simples observadores.

El Gral. Winfield Scott había permanecido más de tres meses en Puebla, en pláticas con el alto clero, que le reclutó un batallón de traidores que le sirvieron principalmente como guías y espías, lo que unido a la inercia de la caballería de 2,700 hombres y a que el Tratado Guadalupe-Hidalgo se negoció y firmó en la Villa de Guadalupe con una misa de Te Deum, parecen confirmar las afirmaciones de que en los púlpitos se consignaba, “el que mate un norteamericano, se va al infierno”.

Los norteamericanos se reagruparon y contraatacaron provocando los fatales resultados ya conocidos. Las tropas mexicanas, más desorganizadas que antes, se replegaron a las diferentes garitas de entrada que existían en la capital mexicana.

Felipe Santiago Xicotencatl Corona participó en la Batalla de la Angostura, donde fue gravemente herido por lo que fue ascendido a Teniente Coronel, otorgándosele el mando del Batallón de San Blas, con el que participó en la Batalla de Cerro Gordo y finalmente fue asignado a la defensa del Castillo de Chapultepec. Al amanecer de aquel aciago 13 de septiembre, la artillería norteamericana bombardeó fuertemente el castillo y sus laderas defendidas por el pequeño Batallón de San Blas, que enfrentó a un ejército mejor armado y muy superior en número.

Cuando Xicotencatl ve caer al abanderado de su batallón, corre a levantar el lábaro, pero cae herido y se levanta nuevamente arengando a sus hombres, pero es abatido por las balas enemigas y cae envuelto en la bandera de su batallón, que es totalmente exterminado por las fuerzas invasoras.

Previamente se había ordenado la evacuación de los cadetes del Colegio Militar, pero algunos decidieron quedarse a defenderlo. Los cadetes pelearon cuerpo a cuerpo. El Teniente Juan de la Barrera, asignado al mirador, tomó la bandera para impedir que cayera en manos del enemigo, y ya herido, subió al parapeto del castillo y se lanzó al vacío envuelto en su bandera, cayendo con más de 20 balazos en su cuerpo, en el lugar en que se levantó el primer monumento a los Niños Héroes.

Los cadetes tenían de 13 a 18 años de edad. Cuando todo había terminado y el comandante norteamericano vio los rostros de los cadetes muertos, exclamó con sorpresa: “Pero si eran unos niños”. Se dice que de allí viene el nombre de los Niños Héroes.

Del 14 de septiembre de 1847 al 12 de junio de 1848, durante nueve largos meses, sufrimos la afrenta que la bandera de las barras de sangre y las estrellas robadas ondeara en al asta bandera de nuestro Palacio Nacional, hasta después de que los congresos norteamericano y mexicano ratificaran el infamante Tratado Guadalupe-Hidalgo, redactado en Estados Unidos e impuesto a un México derrotado, y firmado en la Villa de Guadalupe, en la que el clero mexicano celebró un gran Te Deum para dar gracias a la Virgen Morena.

}Nuestro héroe olvidado, el teniente coronel don Felipe Santiago Xicotencatl Corona, fue enterrado primero en la capilla de San Miguel, después en el desaparecido panteón de Santa Paula, de donde trasladaron sus restos al de San Fernando, y de allí al Altar de la Patria, en el Bosque de Chapultepec.

Comento finalmente que en la masacre de Chapultepec, que no fue batalla, participaron los Generales Robert Lee y Ulysses Grand, que más adelante se enfrentaron en la guerra de Secesión como comandantes de los ejércitos del norte y del sur. Y algo para Ripley, en la Batalla de Churubusco participaron del lado mexicano el memorable Batallón de San Patricio, que desertó de los invasores, enfrentándose al infamante batallón de traidores reclutados en Puebla “de los ángeles”. Los 72 irlandeses fueron apresados, marcados con un fierro “D” de desertores, y colgados como traidores. En el barrio de Mixcoac existe una calle “Mártires Irlandeses” para recordarlos.

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